El otro día viendo "El
encantador de perros" me di cuenta de que, a pesar de disfrazarlo con
palabras bonitas, lo que de verdad se está utilizando es el conductismo. ¿Por
qué? Porque lo que quieren es cambiar la conducta del perro, y lo consigue
mediante premios, castigos y elementos ajenos al perro que acaban
convirtiéndose en elementos condicionados. Igual que con el perro de Paulov.
Tal y como se dijo en clase, el
conductismo es una herramienta tan inmediata y fácil de utilizar, que estamos
rodeados de ella sin apenas darnos cuenta. Todos, en algún momento de nuestra
vida, la hemos utilizado y la hemos sufrido. Incluso en la asignatura de
Psicología del máster nos la explicaron con ejemplos de cuándo castigar y
cuándo premiar.
Sin embargo, nos avisaron de los
riesgos, pues no todos los niños son iguales y reaccionan de manera diferente
ante los castigos. Los hay que con el primer castigo ya aprenden que no deben
repetir esa conducta, y otros que no lo aprenden ni a la décima. O que lo
aprenden pero les da igual, porque les es más cómodo seguir con su conducta de
siempre. Pero también los hay que, ante el primer castigo, se sienten tan mal
que es posible crearles una sensación de ansiedad y frustración. Cuando se
aplica el castigo, ¿se puede llegar a saber qué tipo de alumno es cada cual
para saber cómo va a reaccionar?
Muchas de las teorías
progresistas, como puede ser la de Dewey, nos hablaban de motivar al alumno
para mejorar su conducta, sin reprimir ni castigar. Ya se habían dado cuenta de
los peligros que entraña esta herramienta, en la que nos hemos llegado a
plantear, incluso, hasta qué punto es moralmente aceptable utilizarla. ¿No
sería mejor intentar mejorar la conducta únicamente mediante los refuerzos? Y,
por otro lado, ¿sería esto realmente posible?
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