jueves, 13 de noviembre de 2014

Montessori y la pedagogía científica.

     Cuando escuché cómo era un aula Montessori me recordó muchísimo a mi primer colegio, en el que apenas estuve un par de años, pero del que guardo un buen recuerdo. El aula estaba dividida en secciones, aunque no teníamos animales ni plantas, y aprendíamos mediante juegos. Para mí, ir al colegio no era ir a pasarlo mal, sino ir a divertirme con mis amigos y pasarlo bien. No era consciente de que estaba aprendiendo y todo me interesaba.

       Cuando tuve que cambiar de colegio fue algo drástico. Pasé de divertirme a aburrirme tremendamente en una clase tan tradicional. Además, sabía muchísimo más que los demás compañeros de clase, pues yo sabía leer y escribir con fluidez y ellos todavía estaban con las vocales.

        Montessori confiaba en el autoaprendizaje y en la curiosidad del niño como medio para aprender. En que fuera el niño quien explorara sus intereses y la profesora se quedara como una guía. Pensaba que la mente infantil es como una esponja, que lo absorbe todo de forma consciente e inconsciente, con la diferencia de que la capacidad de la mente es infinita. Parece mentira que una mujer de primeros del S.XX, con una pedagogía tan revolucionaria, esté tan de moda ahora y la gente se dedique a ahorrar para poder llevar a sus hijos a los colegios que se basan en sus métodos de enseñanza.


        Había miedo en clase de que el método no funcionara por temor a que un niño jamás llegara a interesarse por una materia. Sin embargo, creo que muchas de las decisiones que tomamos con respecto a que nos guste o no una asignatura tiene que ver con el método de enseñanza de un determinado profesor, que nos predispone a favor o en contra. En mi época de primaria o secundaria odiaba todo aquello que tuviera que ver con la Historia, y ahora me leo libros gordísimos de novela histórica. ¿Por qué? Porque en clase nunca me daban más motivación que el aprenderme de memoria las páginas que iban a preguntar al día siguiente, y el correspondiente negativo si no te las sabías. Quizá si me hubieran dado la libertad y la oportunidad de irme interesando poco a poco, como proponía Montessori, mediante juegos, mapas y aparatos curiosos que me hicieran plantearme dudas, no habría tenido esa animadversión.

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